domingo, 20 de junio de 2010

PONENCIA: Algunas Consecuencias de la situación de prostitución en las Mujeres


“PRIMERAS JORNADAS NACIONALES ABOLICIONISTAS SOBRE PROSTITUCIÓN Y TRATA DE MUJERES NIÑAS/OS”

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS - UBA – 4 Y 5 DE DICIEMBRE DE 2009


PONENTE:

Lic. Magdalena González
Licenciada en Psicología - UBA
Convocante de la Campaña “Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución”.



Voy a comenzar mi charla, compartiendo con ustedes una muestra del imaginario social prostituidor de nuestra cultura.
Veremos cómo la mujer prostituida está colocada en el lugar de objeto de uso en el imaginario social prostituidor, en el lugar del goce perverso del otro, no en el lugar del deseo del otro, en algunos comentarios de un grupo de hombres entre 26 y 36 años,

“…un cliente se transforma en un cliente porque paga. Está haciendo una transacción comercial”. Cuando una persona está cometiendo abuso de otra, el pago por el abuso no lo transforma en acto comercial, es un acto que priva a la otra persona de su lugar de sujeto, por lo tanto, de sus derechos humanos. El pago así, es un acto de perversión, pues es la excusa que quiere justificar la apropiación del derecho de la mujer a decidir en todas las instancias, en la más íntima relación con su propio cuerpo.

“Hay cosas que moralmente no se hacen con una persona querida, pero que con una prostituta ni lo pensás porque está para eso, no lo vas a hacer con la madre de tus hijos”. Aquí encontramos dos aspectos disociados en la cultura patriarcal y en el individuo: La sexualidad cosificadora y el amor; depositados el primero en la mujer prostituída y el segundo en la mujer- madre. Además, se trata de una doble moral. Lo que él considera inmoral de sí mismo, se lo impone a la mujer prostituida obligándola porque le paga, y paradojalmente, deposita en ella su propia inmoralidad. Lo que para estos varones no es “moral” con la persona querida (su sexualidad de dominio) con la mujer a la que prostituyen, esa “inmoralidad” queda negada.

“…Yo no creo que la prostitución sea un mal. Es un mal que se haga público, porque puede afectar a tu familia. Si vos tenés una hija y ve por la tele que se gana tanta plata haciéndolo! Y no se ve que se las atormentan todo el año Este varón entiende que es un mal si alguna posible hija de él cayera en esto, pero no considera que es un mal para las que no son cercanas a él. Tiene conocimiento de la realidad: sabe que ganan plata, pero separadamente también sabe que es “un tormento”. Con esa disociación justifica la acción del prostituidor y el sistema proxeneta.

“El hombre puede recurrir a la prostituta por necesidad sexual, o si no porque le gusta. ¿ Sabés por qué? Por la fantasía que uno tiene, tal vez tu novia no te hace ciertas cosas. Y vos sabés que a la otra ‘mina’ le decís: hacé esto... y lo hace porque vos le estás pagando. No te van a decir: no, yo no lo hago... Y es una fantasía que el tipo quiere que se le cumpla. Mis amigos fueron todos porque dicen que son tremendas. Bah... tremendas..., en el sentido de que hay morochas muy lindas... las brasileras son muy lindas... y las venezolanas...” Cuando este hombre expresa “hacé esto...y lo hace porque le estás pagando”, sabe que a él le está permitido socialmente, y además sabe que ella está obligada. Lo que lo excita es lo “tremendo” de sus fantasías pero, sobre todo, lo excita saber que ella está obligada a realizarlas, otra vez vemos la sexualización de la inermidad y el ejercicio del poder. Pero no lo reconoce en sí mismo. Lo tremendo es desplazado y depositado en ella. El mismo hace un intento de rectificación poniendo el énfasis en la belleza cuando dice: “Bah...tremendas...son muy lindas”.

“Ahora que las mujeres se liberaron uno no tiene necesidad de ir y pagar. Te ahorrás el costo”.

Este joven ironiza sobre la liberación de las mujeres: es mal visto que ellas elijan libremente acerca de su comportamiento sexual, porque de esa manera, ellos pierden el control, y muchos hombres no toleran esa pérdida. Nuevamente vemos como se equipara a las mujeres liberadas del control masculino con el epíteto de “putas”, en este caso, que no les cobran, y por lo tanto, las consideran sólo aptas para actos sexuales casuales, pero con la connotación de desechables.

Es otra instancia de control y dominio, que en el caso de las mujeres en situación de prostitución, este control y dominio no tiene límites. Aún con mujeres que no han estado bajo trata.

En cuanto a las consecuencias que tiene esta práctica para las mujeres, el hecho de estar tratadas en ese plano, y además, tener obligadamente varias relaciones sexuales durante cada día, constituye inexorablemente mayor aumento de la vulnerabilidad, y no tienen libre elección, no opción, sólo les resta el mal menor dentro del sometimiento. Esta situación queda clara cuando, por ejemplo, algunas prefieren realizar la práctica en la calle porque por lo menos pueden elegir a los clientes menos ofensivos.

Por otra parte, debemos tener en cuenta que cada cliente en todos los niveles de esta práctica, solicita o exige la realización en acto de fantasías en el cuerpo de estas mujeres. Siempre habrá sufrimiento corporal y psicológico y deterioro de la relación con el mundo externo. Es decir, afecta nocivamente todos los aspectos de su subjetividad, bajo permanentes sentimientos de asco y miedo.

Teniendo en cuenta que el Yo es ante todo corporal, el daño al cuerpo es un daño a la totalidad de la persona y será necesaria la asistencia hasta un fortalecimiento yoico que permita el cese de la práctica. Sin estas condiciones es imposible la elaboración de semejantes hechos traumáticos y también es dificultoso que puedan elaborar las fantasías depositadas en sus cuerpos por ellas mismas y por los otros: la familia, la sociedad, la cultura en general.

No me estoy refiriendo solamente a las mujeres que han estado bajo trata, sino a las mujeres en situación de prostitución en general. Además la trata se nutre de las mujeres en prostitución permanentemente, por eso es una falacia hablar de trata solamente. El peligro y el daño está siempre, como está siempre ubicada como objeto de uso por parte de los prostituyentes “clientes”, y básicamente la privación de los Derechos Humanos.

Un común denominador que pude observar, independientemente de las diferencias individuales, es que cualquiera sea el sector social en el que se desempeñaron, ellas tienen una gran tendencia no sólo a la disociación entre su racionalidad y su afectividad, sino también una enorme dificultad para dirigir sus impulsos y una tendencia a veces extrema a refugiarse en la fantasía, para huir de la cotidianeidad de una practica intolerable.

En muchas aparece un grado de tensión intrapsíquica que obstaculiza su capacidad de reflexión. Padecen enorme temor a las relaciones interpersonales, sobre todo donde se juegue la afectividad. Paradójicamente tienen marcada dependencia afectiva y también un gran rechazo a su propia sexualidad. Sufren repetidas angustias por baja tolerancia a la frustración y sentimientos de culpa indebidos (por ej. se sienten culpables por estar realizando una actividad que, paradojalmente la misma sociedad la induce y la censura). Aparecen también tendencias a negar la realidad o a hacer un recorte importante de ella, por la falta de recursos para poder operar sobre esa realidad que las desborda. Por el mismo motivo, aparecen tendencias agresivas que reprimen y a veces, son actuadas contra sí mismas produciendo síntomas orgánicos.

En la mayoría de los casos sienten temor a la desestructuración y fragmentación; sufren ansiedad referida a la sexualidad masculina; tienen tendencia a la fabulación y vivencia de hostilidad con inclinación al aislamiento, como mecanismo de defensa, que por su repetición, se vuelven autodestructivos, pero a veces, aparecen como único escape de sus realidades. Síndrome de Estocolmo, incluso en mujeres que nunca estuvieron encerradas, pero aún realizando la práctica en la vía pública, reciben un trato de constante vigilancia y amenazas, con ciertps buenos tratos, por parte del proxeneta.

Teniendo en cuenta otro aspecto en el que se manifiesta la problemática, podemos observar que en la sintomatología manifestada en el aspecto corporal aparecen frecuentemente jaquecas, hemorragias menstruales y, por el contacto, y la violencia física sufrida, dolores crónicos de todo el cuerpo -sobre todo mamas y genitales- desgarros múltiples de vagina y recto, son portadoras de HIV y enfermedad de SIDA. En esta progresión de daño, nos encontramos con múltiples casos de internación psiquiátrica, y finalmente, también con numerosos casos de suicidio.

Las permanentes situaciones disruptivas, les producen traumas acumulativos, y esto las lleva a conductas compulsivas que no les permiten elegir, y realizar proyectos adecuadamente. Por lo tanto tienen obstaculizada más aún, la salida de la prostitución. Y la sintomatología sigue agravándose por la acumulación de situaciones sin elaboración. En muchos casos, estas consecuencias son comparables a las de las personas que han sufrido tortura física y psíquica, llegando al suicidio. Es público que suelen ser víctimas de asesinato por parte de los proxenetas, por pretender liberarse de ellos, y también por parte de los prostituidores= ”clientes”. Estos últimos, se dan también en mujeres que no están bajo trata, como la mayoría de estos síntomas y patologías

No existe la posibilidad de considerar la prostitución como trabajo sexual, pues ni siquiera es comparable al caso de las personas esclavizadas para la realización de trabajos forzados, se trata de una circunstancia en la que se ven obligadas a realizar actividades con privación de la libertad. Estas actividades serían consideradas trabajo en condiciones de libertad. En el caso de la prostitución no existe la mediatización que implica un trabajo, pues el cuerpo y el psiquismo de la mujer son la materia prima para la realización de un acto que se desarrolla únicamente para el goce devaluador del que consume a esa mujer, a la que, como ya hemos visto, se le impide su propio desarrollo como sujeto precisamente por esa misma práctica. No es trabajo sexual, pues la actividad específica de la mujer en ese caso no es un trabajo. Es, sí una permanente exposición a la desubjetivización, y daño al cuerpo, a la mente, y a su relación con el mundo.

Siempre el prostituidor-“cliente” exige un ser humano, él sabe que no es una cosa, pero su goce, precisamente, consiste en rebajarla a una condición de uso, Trata a las mujeres, sabiendo que son personas, como si no lo fueran, denigra a la mujer sabiendo que realiza actos humillantes, y por ese acto denigratorio, desde el psicoanálisis, ubicamos el lugar de las mujeres sometidas a la situación de prostitución, no en el lugar de objeto de deseo, sino en lugar de objeto de goce sádico, producido por el acto mismo de destruirla como sujeto.

Este lugar desde el cual se puede acceder a la degradación del otro produce la degradación del varón en cuestión como sujeto mismo , por eso la existencia de la prostitución, tiene graves efectos en los individuos, y también en la cultura y la sociedad.

Se viene incrementado la exigencia de los prostituidores-“clientes” a los proxenetas, de requerir mujeres cada vez menores, hasta niñas y niños pequeños, y la falta de límites ha ido más allá del horror: hay varones que solicitan y obtienen bebés para abusarlos sexualmente. En estos casos, está más claro aún que no cuenta la atracción sexual hacia los niños como tales, sino el goce que les produce la inermidad, la inocencia, el sufrimiento del sujeto, y el poder que ejercen sobre las criaturas victimizadas por ellos, que ni siquiera saben qué está sucediendo.

Encuentro como explicación de estos fenómenos la exploración perversa, sin límites, del otro (contando con la impunidad que se le confiere), y el deseo de dañar, de herir, y de vejar la inocencia. No existe en tal falta de límites sino la comprobación de un poder. No hay ley psíquica y no hay peligro desde la ley social para esta destrucción, por lo tanto, la sociedad no la procesa, la reproduce, y la depredación de los más débiles no tiene freno.

En el interjuego permanente entre la sociedad y el individuo, entiendo que la prostitución, como las guerras, pueden verse como una forma social de la pulsión de muerte. Y podemos preguntarnos, desde la teoría freudiana: ¿Es la prostitución una forma degradada de la pulsión de muerte? ¿Es el “patio de atrás” de la sexualidad?

En el mundo anualmente alrededor de cuatro millones de mujeres y niñas son ingresadas a la prostitución. En Argentina cientos de ellas son secuestradas y desaparecidas por las redes de proxenetas, y muchas han sido y están siendo asesinadas.

Como expresaron los jueces del Juicio de Nürenberg sobre los crímenes de lesa humanidad, no se trata de problemas individuales, sino de un sistema que los produce.

Estamos trabajando para rescatar la integridad psíquica, física, y la integración social de las mujeres todas como sujetos plenos de derecho.

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