martes, 31 de agosto de 2010

PONENCIA: Yo estoy pagando, yo hago lo que quiero, ¿entendés? Reglas claras.

“PRIMERAS JORNADAS NACIONALES ABOLICIONISTAS SOBRE PROSTITUCIÓN Y TRATA DE MUJERES NIÑAS/OS”

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS - UBA – 4 Y 5 DE DICIEMBRE DE 2009

PONENTES

Márquez Ramos, Charo
Matrero, Camila
Oliva, Martín
Palumbo, Mariana


PONENCIA:
Yo estoy pagando, yo hago lo que quiero, ¿entendés? Reglas claras.
Un acercamiento a las prácticas prostituyentes de varones heterosexuales.

Introducción

El siguiente trabajo forma parte de una serie de notas publicadas en la revista universitaria El Panfleto, en las cuales se ha ido problematizando la relación entre trabajo, identidad de género, trata de mujeres y prostitución . En dichas notas, al reflexionar sobre la trata de mujeres y la prostitución, nos enfocamos en una figura que suele ser poco tenida en cuenta, tanto en el ámbito académico como en el ámbito político: el cliente. Salvo algunas organizaciones feministas, la figura del cliente es obviada, o a lo sumo abordada como secundaria, al momento de analizar la realidad de las mujeres en situación de prostitución. De este modo, la trata de mujeres se disocia de la prostitución, y esta última se presenta como un terreno neutro, como una mera transacción entre individuos libres que no es susceptible de reflexión crítica alguna. Así, los intentos por problematizar en torno al tema suelen ser tachados de moralistas, pues la prostitución pareciera ser una cuestión del ámbito de lo privado y no de lo público.

Aquí lo que nos proponemos es un abordaje distinto: no enfocándonos en el nivel socioeconómico de la mujer en situación de prostitución –como si este llevase por sí mismo a la existencia del fenómeno de la prostitución–, sino enfocándonos en el entramado de relaciones de poder que hay a su alrededor. Nuestra mirada, más que centrarse en la posición de la mujer que se prostituye o es prostituida, va dirigida entonces hacia la constitución del varón cliente.

Marco teórico metodológico.

Descartamos de este modo, toda perspectiva basada en discursos esencialistas, que pretenden anclar en determinados cuerpos ciertas formas de subjetividad, como si las mismas fueran una emanación de verdad de dichos cuerpos. Al contrario, comprendemos junto con Michel Foucault, a la sexualidad no como una naturaleza dada que el poder reprime o el saber intenta descubrir, sino como el nombre que se puede dar a un dispositivo de poder-saber histórico (Foucault 2009: 101). Dicho dispositivo, no reprime ni descubre: fabrica y produce sujetos.

En este sentido adoptamos una perspectiva relacional. Ni la figura del cliente ni la de la mujer que se prostituye o es prostituida, se explican por sí mismas, sino una en relación a la otra, y ambas a los contextos más amplios en que se inscriben. Por ello mismo es que nos centramos en las situaciones de interacción donde tiene lugar la producción y actualización de estas subjetividades (las prácticas prostituyentes), resaltando la importancia de los rituales en este proceso (Garland 1999: 89), y las miradas de los otros/pares.

Nuestro objetivo es exploratorio. Nos propusimos dibujar unas líneas de abordaje que nos resultaran significativas, tanto de las prácticas prostituyentes como de la conformación de la figura del cliente. Para ello nos centramos en 4 entrevistas realizadas en el mes de septiembre de este año a varones jóvenes, de entre 20 y 26 años, del área metropolitana de Buenos Aires, pertenecientes a capas socioeconómicas medias, que mantienen o han mantenido regularmente relaciones sexuales con mujeres en situación de prostitución. Las entrevistas fueron realizadas individualmente, y si bien no fueron estructuradas, se abordaron dos ejes principales: Las prácticas prostituyentes y las representaciones sociales en torno a las mismas y a la figura que ellos se hacen de las mujeres en dicha situación.

Como una salida más. Vos elegís esta, yo aquella, vamos y nos cagamos de risa.
Las prácticas prostituyentes como prácticas colectivas.
Una de las características que comparten estos relatos tiene que ver con la forma lúdica en que se dan estas prácticas, en tanto que momentos compartidos con pares. La salida a un prostíbulo o un cabaret, el “ir a ponerla”, se muestra como una actividad netamente grupal, como una “salida más entre amigos”, y cuya iniciativa está fuertemente marcada por este componente. Y si bien no todas las veces la práctica toma forma colectiva, es notable cómo cambia el registro cuando no se da de forma grupal, siendo menores los detalles descriptos, tornándose el relato más corto y menos entusiasta.

“Panfleto: Y cuando hacías esas salidas ¿Qué hacías, ibas solo o con amigos?
Entrevistado: Con amigos, solo jamás... jamás porque no me llamaba… yo lo hacía como parte de la joda o de la salida”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

“P: ¿Qué diferencia había entre ir con tus amigos e ir solo?

E: Con los chicos era más divertido, nos cagábamos de risa…fuimos un par de veces a Cocodrilo…nos rompían el orto con la guita….pero estaba bueno, no es para ir todos los fines de semana, pero cada tanto…. Si después de ir varios sábados a bailar no cazábamos nada, terminábamos saliendo de putas… no lo haría ahora…

P: ¿No?

E: (risas) Yo que sé…no….calculo que no… (risas)

P: ¿Y cuando ibas solo cómo era?

E: Iba, estaba, y me iba…
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

“P: ¿Por qué solo nunca fuiste?

E: La verdad no se... si estaba solo en casa ni ganas... por ahí sí tenía ganas de ir y de ponerla, pero ni ganas me daban, me tenía que levantar e ir para allá... y no se, lo llamaba a un amigo, le decía, “¿vamos de trolas?”, “no ni a palos”... bueh… si me decía que no, pum, me iba a dormir. Si me decía que sí, arrancábamos como locos. Pero solo no. Era por el hecho de que, lo vivía como una salida, como vas con tus amigos a tomar algo y cagarte de risa, yo lo vivía como una salida más ir y cagarme de risa, vamos, vos elegís esta, yo aquella, vamos y nos cagamos de risa... yo creo que más por eso no iba solo.”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

Las prácticas prostituyentes de este modo se muestran como un espacio que no se centra en la consumación del acto sexual, siendo desplazado por “la joda con los amigos”. Esto se ve más claramente en dos tipos de salidas particulares: la salida al cabaret, y la salida en auto por los circuitos de prostitución callejera. En la primera de ellas los protagonistas se disponen a continuar la diversión luego de haber ido a comer o haberse juntado en la casa de uno de ellos. Allí cada uno, más allá de que tenga relaciones sexuales o no, puede jugar al pool o tomar algo. La mujer en situación de prostitución, pese a lo esperado, no es protagonista de la escena, sino que es representada como un objeto más de diversión, a través del cual, mediante códigos internos de complicidad, los varones pasan “un buen rato” y realizan su salida, la cual finaliza, en muchos casos, una vez consumada la relación sexual con aquella mujer a la cual “eligieron”.

“E: Otras veces era directamente, hemos ido por ejemplo a cabarets…esa sí era salida de a varios, de cagarte de risa, que lo he hecho estando de novio también...

P: ¿De varios, cuántos?

E: Cinco más o menos, no somos un grupo numeroso (...) y bueno, salíamos a un cabaret y nada, tomábamos algo, nos cagábamos de risa, hinchábamos las bolas, tocás una cola, te sentás a una mina encima y a cada mina, era hincharle las bolas, a cada mina le tirás un chamuyo distinto, `no que este viene de misiones’, `que este que se yo’... y a todas les vas mintiendo como el mejor...”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

En la segunda forma expuesta por los entrevistados de relacionarse con el mundo de la prostitución, en cambio, el contacto sexual pareciera tomar la forma de accidente. La salida en auto, más que la búsqueda de sexo, implica una aventura de los varones a un lugar que relatan como extraño, a una zona a la cual ellos no pertenecen, con la que establecen una clara distancia. El objetivo, entonces, es “pasar el rato”, preguntando tarifas, haciendo piropos, acercándose a esas otras, y reafirmando mediante burlas, ese abismo que los separa, que hace de ellos varones, y de ellas prostitutas.

“P: Con chicas de la calle, que paran en alguna esquina, ¿estuviste alguna vez?

E: No, nunca (…) primero porque son un desastre. Las minas que están laburando en la calle es porque no las agarran en ninguna lado, y creo que por eso, porque son un desastre... nunca encontré una prostituta bonita en la calle que digas, uh sí, lo garpo, nunca. Creo que por eso.

M: ¿Y así de situaciones de estar en un auto con tus amigos, en alguna salida y parar donde haya alguna chica?

G: Eh sí, sí. Una vez en un cumpleaños que estábamos en mi casa y digo ‘che vamos a tomar algo dale’, salimos, y pasamos por Flores y en Flores había una mina que... sí, un cachivache también, entonces uno dice `che pará acá, pará acá’ , buen paramos, ‘eh ¿cómo estás?’, que esto que lo otro, y salen cagando ¿viste? las minas, pero cuando esa se dio cuenta que queríamos acceder al servicio de ella se acercó y bueno ahí sí, me hice, nos hicimos tirar los tres la goma, y ¿viste? nada, 20 mangos, chau... pero garchármela ni en pedo.”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

Las mujeres en situación de prostitución de los circuitos callejeros, se presentan ante ellos como un otro claramente definido. Un otro con el cual se puede interactuar siempre y cuando sea en clave de burla, reafirmando justamente ese abismo que los separa, que los hace unos y otros, y que tiene límites precisos: “gárcharmela ni en pedo”. De esta forma, el humor, funciona como un ejecutor que reafirma la identidad de un grupo, mediante la humillación del otro.

“E: Y sí, hemos salido con el auto a hinchar las bolas, después de tomar algo y antes de volver, vamos a ver minitas y pasás, preguntás el precio, hinchás las bolas, les decís qué bonitas, bla bla, y por más que, capaz no teníamos un mango en la billetera eh, ni 10 pesos, pero hinchábamos las bolas para pasar el tiempo, nos cagábamos de risa, o nada, simplemente te calentás un rato y nada, ya está... y otra vez hemos ido a Constitución, pero nos llevamos un chasco bestial... todas travas, y, encima, un cagazo de que nos afanen todo así que metí primera de una y nos fuimos a los gomasos.”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

Y si bien pareciera que la salida a los prostíbulos quedara exenta de todo este conjunto de prácticas que van más allá del acto sexual, ronda en torno a la misma cierta complicidad entre los pares, que no deja de manifestarse en los relatos.

“E: (...) yo (la) vivía como una salida más ir y cagarme de risa, vamos, vos elegís esta, yo aquella, vamos y nos cagamos de risa (…)”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

“Las salidas” se muestran entonces como una actividad que se hace no sólo para uno, sino con otros y para otros, para la mirada de esos otros en tanto que compañeros, pares. Y es en cierto modo, ese otro como compañero/par un factor mismo de presión. Esto pudimos observarlo al inquirir sobre la primera vez que nuestros entrevistados consumieron prostitución, lo cual, para nuestra sorpresa, coincidió en la mayoría de los casos, con la primera experiencia sexual

En los relatos, la “primera vez” con prostitutas se lleva a cabo por la necesidad “urgente” de tener una primera relación sexual. Generalmente, el deseo irrefrenable es la razón que los entrevistados aducen, deseo que nombran como natural y esperable de sus cuerpos. Por eso mismo es que al preguntarles si sufrieron algún tipo de presión por parte de sus compañeros o grupos de pertenencia, su respuesta es negativa. Sin embargo cuando amplían su relato respecto a esta cuestión, se puede entrever que hay otros elementos en juego, como el tiempo y la edad.

“P: Me decías que tu primera vez fue con una prostituta, ¿Cuántos años tenías?

E: 18, ya estaba grandecito y a las chicas no les gustaba (risas) (…) estaba terminando el colegio… fue días antes del viaje de egresados… creo que la semana anterior, fuimos un par…

P: ¿Todos vírgenes?

E: Sí, éramos los que quedábamos del grupo…los nerds… (risas)

P: ¿Por qué decidieron ir con prostitutas?

E: No se, ninguno había debutado…éramos chicos…éramos los únicos que quedábamos, yo y dos amigos más, y no podíamos irnos a Bariloche siendo vírgenes, no se…

P: ¿Por qué no podían irse a Bariloche sin hacerlo?

E: Porque no…se sabe que allá es todo una fiesta y es muy fácil conseguir algo, y para eso teníamos que ir experimentados…no se…éramos chicos y creíamos eso (…)”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

“E: Fui con 2 amigos más e íbamos a ponerla. Imaginate, 17 años, no la habíamos puesto en ningún lado y estábamos desesperados”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

“E: Siempre decíamos que antes de llegar a quinto año hay que ponerla. Y estábamos por llegar, y había que ponerla, que ponerla y era… desesperante. Era buscar una mina con la que engancharte y... pero no pasaba nada, loco, qué se yo...”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

El tiempo y la edad terminan por ser dos factores de presión muy fuertes, que están ligados con una idea de ritual, de deber ser, que los varones deben cumplir en un determinado momento de sus vidas. Por eso mismo aquella “primera vez” es recordada como tensa y cargada de nerviosismo, al punto tal de que su consumación es descripta como una liberación.

“E:. Se acercaba fin de año y dijimos ya fue... y ese sí fue re programado, `bueno, el sábado vamos y la ponemos, listo´. Íbamos re nerviosos... y cuando salimos de ahí, yo dije, buenísimo... era tocar el cielo con las manos.”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

Además de esta ansiedad producida alrededor de la edad y la iniciación sexual, juegan un papel muy importante los relatos de otros varones experimentados, que por la manera en la cual son enunciados, toman la forma de instructivos, de pedagogías de la sexualidad, que indican qué es el placer, cómo sentirlo, en qué momento y con quién/es. Estos relatos son reconocidos por parte de los entrevistados como un elemento que incita a la curiosidad, al querer probar, al saber cómo es. Los mismos funcionan como articuladores de una tradición que va pasando de varón a varón, haciendo cada vez más fuerte la necesidad de cumplir con las expectativas que la heterosexualidad compulsiva tiene para los varones: alcanzar el orgasmo, durar cierto tiempo, una erección total y constante durante toda la penetración, etc. Lo que se está jugando por detrás es una acción que todo hombre debe hacer y debe conocer.

“E: y bueno la adrenalina que te genera lo desconocido y querer conocerlo, Sabía que unos amigos habían ido… y dije ¿Por qué no? Voy a ir y a probar.”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

“E: Con mis primos más grandes, de 26 y 30 años y eso sí [hablábamos del tema]. Y ellos sabían todo. Y bueno, uno de los motivos del cual ir era que te cuentan historias que “uy, yo quiero vivir una de esas”, “yo tuve una época de cuando era más chico, y éramos 5 flacos y agarramos a 2 y no sabés, nos cagamos de risa, y chupamos y nos cagamos de risa, una re joda, una re fiesta” “uhhh yo quiero una de esas”… entonces de ahí, yo creo que ellos fueron unos de los grandes impulsores a que busque ahí…”
(Fernando, 26 años, estudiante de Arte)

“E: (…) y los primos más grandes (…) cada tanto me preguntaban “¿y fuiste?” “no” “uy que boludo, vas a ver, cuando vayas, hacé tal cosa, hacé tal otra”… que después las he hecho…”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

Me lo está diciendo porque le pagué, porque le pagué para que me diga eso.

Previsibilidad, seguridad y teatralidad.

Una de nuestras inquietudes antes de realizar las entrevistas, tenía que ver con cómo interpretar la preferencia o la elección, por parte de los varones clientes, del sexo mediado por el dinero al sexo con mujeres con las cuales no establecían una relación comercial. ¿Qué es lo que está operando allí donde no es la consumación del acto sexual, cuando este puede darse por otra vía que no sea el sexo comercial? Y si bien la interpretación de las prácticas prostituyentes como prácticas colectivas, poseedoras de un sentido propio más allá del acto sexual, podía servirnos de respuesta, creíamos que debía haber algo más en el orden de lo pretendido por el cliente en la relación sexual que establece con mujeres en situación de prostitución.
Las primeras respuestas rondaron en torno a lo que se puede y no hacer, es decir, aquellas prácticas sexuales a las cuales los varones clientes pueden acceder -según su relato- únicamente a través del sexo mediado por el dinero. El sexo oral y anal, que aparece vedado en sus relaciones de pareja, o sus encuentros con compañeras sexuales ocasionales, no requiere de esfuerzos de negociación en relaciones sexuales comercializadas.

“E: Y, quizá con tu mujer no hacés las mismas cosas. Esto creo que pasó siempre porque los hombres tenían amantes… la mujer, en la casa con los hijos y el sexo oral o anal con su amante (…) la mayoría iba a buscarse un culo para coger porque la mujer no se lo daba o un buen pete porque la mujer no”.
(Fernando, 26 años, estudiante de Arte)

“E: (…) por lo general las minas no se prestan a hacer un montón de las cosas que las putas sí…

P: ¿Por ejemplo?

E: Sexo oral…”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

Pero quizá la diferencia más fuerte que resaltan entre el sexo con mujeres con las cuales no hay una relación comercial y mujeres con quienes sí, es cierta previsibilidad, seguridad y control que poseen sobre la situación. El sexo con mujeres que se prostituyen no requiere de ningún “trabajo” previo. Es el varón quien decide el lugar, la persona y la forma que adoptará el encuentro sexual. De este modo el cliente queda resguardado de todos los avatares que puedan sucederse en una relación no mediada por el dinero, asociados con la predisposición de la compañera sexual y su deseo. Es decir, no sólo logra obtener un control total sobre la situación, sino también librarse de ciertas presiones que le implican el poner en práctica una relación en la cual no cuente solo el placer de él, sino también el de su pareja sexual. Presión que puede poner en juego su propia identidad masculina.

“P: ¿Cuál es la diferencia entre estar con una prostituta y con una chica de boliche?

E: Que una te cobra y la otra no (risas)… y, con la puta vos sabés cómo es…sabés que no hay histeriqueo. Estás sabiendo a lo que vas y no hay posibilidad de que no lo consigas… con una mina, es distinto…. Podés estar trabajando toda la noche y sólo te da un mail y después te termina saliendo más cara, la tenés que invitar a comer, a tomar algo….el telo….de verdad, te termina saliendo muchísimo más…”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

“E: (…) nunca me pude enganchar una mina y pum, engancharla y estar un rato... enganchar una mina y garchármela esa noche no... no pude, no me dio nunca el cuero... y si se me hubiese dado capaz q hubiese ido igual de trolas, porque es como que, bueno... yo estoy pagando y yo hago lo q quiero, ¿entendés? reglas claras”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

“E: quizás con tu mujer tenes q laburar para hacerla llegar al orgasmo sino se va a dormir enojada y tenes complicaciones, en cambio con la puta no, y… no te va a llamar al otro día…”
(Fernando, 26 años, estudiante de Arte)

“E: cuando voy con una trola yo no busco la satisfacción de ella (…) tu satisfacción, tu placer, me chupa un huevo. Me chupa un huevo. Es el mío, olvidate.”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

Pero esta previsibilidad requiere también de una teatralidad que ratifique su identidad masculina. El varón cliente espera de la mujer en situación de prostitución cierta performance que ratifique su posición en tanto sujeto proveedor de placer, a pesar de no buscar decididamente el orgasmo de ella. De este modo, logra reafirmar su virilidad, a pesar de ser conciente del fingimiento.

“E:(…) hablan, que yo sé que es mentira pero el discurso que te dicen es comprador...”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

“E: Me lo está diciendo porque le pagué, porque le pagué para que me diga eso (risas)”.
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

Mediante el sexo con mujeres en situación de prostitución, el varón cliente no sólo busca asegurarse encuentros sexuales y determinadas prácticas por él deseadas, sino también procurarse de una situación sabida de antemano, en la cual cada rol ya está fijado y sobre la cual, él reserva todo control. A su vez, la teatralidad exigida reafirma su postura como varón viril, y lo previene de exposiciones en las cuales no tiene el control de la situación y dicha construcción identitaria puede verse en peligro.

“P: ¿Te pasó alguna vez de no poder cumplir, sea con una chica o con tu novia, el que ella también sienta placer?

E: Sí (…) [Aquella vez] tenía la cabeza pensando en otra mina y no podía concentrarme en ella. No podía concentrarme en ella ni un poco (…) y bueno, estaba tan concentrado, tan concentrado en viste, en que se yo, en poder cumplir, que no fallara en nada, que esto que lo otro que, me olvidé de la mina por completo (…) y cuando terminé y todo, pum, [ella] quedó pagando (…)
P: ¿Y vos cómo te sentiste por el hecho de poder?

E: Me sentí medio como el ojete jaja.

P: ¿Por qué?

G: Eh, que se yo… yo creo que se vieron afectadas dos cosas. Ehhh primero el haber dicho, uy que mal, no puedo sacar, era como que, yo pensaba, nunca voy a poder tener más nada con nadie, no me la puedo sacar de la cabeza, es una cagada. Y después nada, el tema de mi hombría. Uh! Quedé como el orto (…) sentí como que, uy que papelón, un papanatas bárbaro (…) Entonces es como que se vio afectado, sí, mi hombría.”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

Las conocés en su laburo de putas, por lo tanto son putas

Representaciones sociales de las mujeres en situaciones de prostitución:

Cuando indagamos sobre el por qué de la prostitución, los entrevistados tomaron una postura distante, diferenciando entre la existencia del mercado y su participación en él. Como si la existencia de mujeres en situación de prostitución no encontrara un correlato en la figura del varón -el cliente- que quiere, busca y paga “su servicio”.

“E: (…) se que soy parte de un negocio que es una mierda, pero lo hace todo el mundo, no me importa ,lo hago yo también”
(Marcos, 23 años, estudiante de Economía)

“E: Es el trabajo más antiguo del mundo…y por algo sigue existiendo…vos vas a buscar sexo y ellas quieren tu plata…los dos quedan contentos, no hay ningún tipo de compromiso, es una acto totalmente honesto y transparente, es como cualquier tipo de transacción o servicio, los dos obtienen lo que quieren del otro” (…) “vos no estas violando a nadie, estas solicitando un servicio que sale tanta guita, si la tenés, te lo dan…nadie quedó mal por eso…al contrario, si no sos vos, es el que viene detrás, es su laburo, ellas lo eligieron, yo no las obligué ni les impuse lo que tenían que hacer…ellas lo eligieron y ahora soy yo..o fui yo el que lo contrató.”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

Además de plantear la existencia de un mercado sexual independiente de ellos, que estaba dado de ante mano, por el cual tan sólo transitan, pero no colaboran con su reproducción y funcionamiento, fue notable en las entrevistas la concepción: “es puta por que quiere”.

“E: (…) un montón lo eligieron, es guita fácil, no tienen un horario fijo, van cuando pueden, o cuando tienen que conseguir guita, y de última tampoco demanda mucho esfuerzo…además ganan muchísimo más de lo podrían ganar en cualquier otro laburo…”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

“E: (…) me hincha mucho las pelotas escuchar a una trola que diga: “no, no me queda otra”, y yo no sé si no te queda otra, para mí que te gusta la fácil, te gusta tener el mejor de los televisores, la mejor de las salidas, el mejor de los departamentos. Entonces, como no te conformás con poca guita en el bolsillo, laburando 12 horas como hace un montón de gente, rompiéndose el orto, claro… te metiste a laburar de puta. Y nada, para poder tener todo eso. Me parece que, las minas que hacen eso, me parecen minas muy, muy bajas. Me parece de mina muy vulgar”.
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

La mujer que ejerce la prostitución además de ser vista como un objeto, es conceptualizada como un objeto que quiere ser objeto. Ese es su papel en el mundo, vender su cuerpo a cambio de dinero. Y su rol de ‘trabajadora sexual’ no se corresponde con ningún otro papel del escenario social.

“E: (…) una excelente madre, una excelente mujer, no va de la mano con que haya sido una fiestera la mina…”
(Rodrigo, 22 años, estudiante de Contabilidad)

“E: Uno no las conoce como familiares o parejas…las conoce en su laburo de putas, por lo tanto son putas”
(Julián, 24 años, estudiante de Periodismo)

Las prácticas prostituyentes como escenarios para producir y reafirmar la masculinidad hegemónica.

Conclusiones

A partir del análisis de estas entrevistas podemos afirmar que el inicio al consumo de prostitución no surge de forma individual, ni mucho menos como un deseo intrínseco y natural de una o varias personas (en este caso, los varones heterosexuales), sino que está ligado a toda una construcción de un escenario en el cual se hace posible su emergencia, en donde desarrollan un papel fundamental las miradas de los otros/pares. Es decir, el cliente de prostitución, se construye colectivamente.

Ir a un prostíbulo, a un cabaret, mantener relaciones sexuales con mujeres mediadas por el dinero, lejos de cumplir con un intenso deseo sexual natural de los cuerpos de los varones heterosexuales, forma parte de un imperativo de género. “Irse de putas” es uno de los elementos pilares de la construcción sexual masculina. Es una práctica que marca los cuerpos, y que lejos de ser meramente expresión de una subjetividad, como realización de una esencia, es un espacio de producción de sujetos. Siguiendo a David Garland, podemos comprender estas prácticas como rituales: “Los rituales no sólo expresan emociones; las suscitan y organizan su contenido; proporcionan una especie de teatro didáctico por medio del cual se enseña al espectador qué sentir, cómo reaccionar y cuáles sentimientos exhibir en esa situación. Los rituales (…) son ceremonias que mediante la manipulación de la emoción, despiertan compromisos de valor específicos en los participantes y en el público y actúan como una educación sentimental generando y regenerando una mentalidad definidas”(Garland, 1999: 89).

Sin embargo esta producción no es aislada. Aunque el mundo de las prácticas prostituyentes se muestra como un mundo con códigos propios, un escenario determinado y unos papeles que deben ser cumplidos, se vale de la experiencia acumulada que los sujetos y las sujetas participantes de él, acumulan desde otros ámbitos, de sus representaciones sociales previas, que se confirman, contradicen y reactualizan en las prácticas mismas.

Por eso mismo afirmamos que no existe “un cliente” pre-formateado, por fuera de un mundo de prácticas prostibularias, como así tampoco existe un mercado de la prostitución independiente a la reactualización de las mismas, las cuales sólo pueden ser entendidas en un contexto social más amplio, en las relaciones mismas que se entablan entre los géneros, en la posición que ocupan tanto varones como mujeres en el espacio social.

El medio por excelencia para acceder a este mundo de la prostitución, es el dinero. Con su sola posesión los varones clientes suponen un acceso ilimitado al cuerpo que quieran. Ese cuerpo se constituye en objeto de placer y diversión para ellos y en ningún momento se pone en consideración a la persona que se prostituye o es prostituida como sujeta de emociones.

Pareciera que la prostitución se debe a la búsqueda de diversión por parte de los varones heterosexuales de aquello que las mujeres que no se prostituyen no quieren darles (sexo anal u oral), pero que a la vez corresponde que no se lo den porque, si no, eso las coloca en el lugar de prostitutas, el cual es incompatible con otros roles o posiciones en la vida social (madre, novia, etc.)

A través de estas entrevistas también logramos un primer acercamiento sobre el imaginario social de estos varones heterosexuales, quienes sienten que son ellos los que están “dotados” para impartir placer. Por lo que tienen un imperativo de hacerlo para así demostrar su virilidad y su poder como dadores de satisfacción, virilidad que siempre se confirma en colectivo, que requiere de la mirada de otros pares, como afirma Bourdieu: “Al igual que el honor, la virilidad tiene que ser revalidada por otros hombres, en su verdad como violencia actual o potencial, y certificada por el reconocimiento de la pertenencia al grupo de los “hombres auténticos”. Muchos ritos de institución (…) exigen auténticas pruebas de virilidad orientadas hacia el reforzamiento de las solidaridades viriles.”( Bourdieu, 2000: 69-70)

Por lo tanto, los varones heterosexuales y auténticos necesitan de la prostitución como uno de los rituales por los cuales deben pasar para afirmar y producir su masculinidad, como así también los valores sociales que la sustentan.

Creemos entonces, que no es posible pensar la heterosexualidad hegemónica por fuera de estas prácticas prostituyentes, las cuales marcan el cuerpo de los varones a la vez que invisibilizan la situación de subordinación de las mujeres que se prostituyen y su lugar en el ritual.




Bibliografía Consultada

• Bourdieu, P. (2000) “La dominación masculina” Editorial Anagrama, Buenos Aires.
• Foucault, M. (2009). “Historia de la sexualidad. La voluntad de saber”. Siglo Veintiuno, Buenos Aires:
• Hendel, V. y Vacarezza, N. (2007) “Alguna que otra vez. Prácticas prostituyentes y subjetividad masculina en la barra del Club Agronomía Central.” Ponencia en VII Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos Aires. CD-ROM ISBN: 978-950-29-1013-0
• Garland, D. (1999) “Castigo y Sociedad Moderna” Siglo XXI editores, Buenos Aires.
• Sánchez, A. y Vacarezza, N. (2008) “Tu putita insaciable. Acerca de la producción sociodiscursiva de varones-clientes y mujeres-prostitutas.” Ponencia en III Congreso Intenacional Transformaciones culturales. Debates de la teoría, la crítica y la lingüística. CD-ROM ISBN 978-987-1450-53-4.

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