jueves, 2 de septiembre de 2010

PONENCIA: LAS IMAGENES DE MUJERES COMO FORMAS DE CONTROL SOCIAL


“PRIMERAS JORNADAS NACIONALES ABOLICIONISTAS SOBRE PROSTITUCIÓN Y TRATA DE MUJERES NIÑAS/OS”

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS - UBA – 4 Y 5 DE DICIEMBRE DE 2009


PONENTE:
Alberto B Ilieff -
Datos biográficos: Co coordinador de la Red NO a la Trata
Miembro de CATW Ar
Miembro de Colectivo de Varones Antipatriarcales
Licenciado en Psicología
Postgrado en género y políticas públicas
Postgrado en psicología institucional

PONENCIA

Al ir desarrollando el tema vi que el título elegido no era el más propicio, porque no sólo las imágenes de mujeres, sino que gran parte del texto esta diseñado como un mecanismo de normalización y de control social. En esto aparecen las imágenes de mujeres, y también las de hombre, niños y niñas.

Decir que las imágenes que aparecen en los medios de comunicación reafirman y mantienen los estereotipos de género ya es un lugar común.

Decir que colocan a la mujer en un lugar de objeto y al hombre como su beneficiario tampoco es novedad.

Las imágenes mantienen a mujeres y hombres fijados en determinadas posturas cual rígido libreto de que unas y otros no pueden ni deben alejarse.

Estas exposiciones son lesivas a la integridad de las mujeres tanto como a la de los hombres pues ambo/as terminamos caricaturizados en esquemas repetidos hasta el cansancio.

Todas estas imágenes tienen en común al cuerpo como el lugar donde se produce la escena.

Estas escenas no son banales, dicen, dictan, ordenan las posibilidades en cuadros fijos y lo hacen con un fin determinado que no es casual sino parte de una micropolítica de sujeción.

Algunos ejemplos
No es una novedad que diga que tanto niñas como adolescentes se visten y comportan de acuerdo a modelos sexuados adultos con permiso y aún con festejo de sus padres y del resto de la sociedad.

Extracté de un artículo publicado en octubre de este año por Luis A. Pérez Benítez[1] llamado
“¿Son las 'Lolitas' adolescentes sexualmente maduras?” un párrafo esclarecedor:
“La idea de la sociedad con respecto a la edad de madurez sexual en la mujer ha cambiado durante el transcurso de los años, reduciéndose dramáticamente en la actualidad ya que en el pasado, los estándares eran muy diferentes. Por ejemplo, Marilyn Monroe tenía 27 años cuando inmortalizó su actuación como Lorelei Lee en la película "Gentlemen Prefer Blondes" (Los Hombres las Prefieren Güeras); Elizabeth Taylor, de 24 años, cuando filmó "Cat on a Hot Tin Roof" (El Gato en el Techo Caliente de Hojalata); Sophia Loren, de 23 años, cuando aparece en la pantalla grande como la sensual Abby Cabot en "Desire Under Elms" (Anhelos Bajo los Olmos). Estas sirenas del cine eran legal y físicamente adultas al tiempo que sus muy admirados, torneados y voluptuosos cuerpos eran precisamente de mujeres adultas, mental y físicamente desarrolladas. Sus cuerpos en la actualidad no serían exitosos ni cumplirían con los estándares de la industria del modelaje, cine y farándula que demanda mujeres "Lolitas" flacas y sobre todo, muy jóvenes, niñas, diría yo. Y aquellos iconos del cine serían en la actualidad algo más que obsoletos, comparadas aquellas actrices con las "Lolitas" de hoy -de entre 10 y 19 años- y que acaparan los espacios mediáticos y audiencia cinematográfica en el mundo.”

“Así, el "Efecto Lolita" ha traído como consecuencia que la sociedad vea bien y con natural complicidad, que las preadolescentes sean objetos sexuales desde muy temprana edad, exponiéndolas en forma anticipada a experiencias de carácter sexual no propias de su edad. “

Otro ejemplo:
Quizá en el proceso que actualmente están evidenciando los y las adolescentes se grafique con claridad lo que esta presente en el resto de la sociedad: a través de los teléfonos celulares, como también en internet (redes sociales, correos electrónicos, blogs) los jóvenes publican fotografías y filmaciones en posturas eróticas o teniendo relaciones sexuales, ya sea propias o de amigo/as y compañero/as.

Su vida social pasa por las pantallas, la meta es ser visto, mostrarse, exhibirse, la intimidad es anulada ante el fuerte deseo de popularidad.

La sexualidad depositada fundamentalmente en la imagen corporal no aparece como un acto integral de la personalidad dentro de un encuentro, sino como producto de consumo visual, deja su carácter privado para constituirse en hecho social, en un espectáculo para que todos lo vean.

Estos actos en apariencia transgresores, confirman el mandato social y una vez más son utilizados como formas de sostener los estereotipos: todo puede reducirse a imagen, lo importante es ver/ser visto, las imágenes deben repetir las formas y posturas aprobadas socialmente, las mujeres son las que dan placer al varón, todo se vuelve entretenimiento para ser consumido.

El cuerpo de hoy no es el del lugar de encuentro con un dios o la sede de la concupiscencia que lleva al pecado, tampoco es el cuerpo de la modernidad indicador del esfuerzo, el trabajo y el progreso, no es el cuerpo del militante fuerte y decidido o el del ama de casa sonriente o el de la madre bondadosa, tampoco es el cuerpo del deseo. Las formas, las densidades y las poses hoy son distintas y dicen otras cosas.

Ya no es el cuerpo del asceta, del filósofo, del luchador, del trabajador/a, de la madre, de la esposa, ya no están bajo el imperio religioso, o médico o laboral, su ámbito es otro, son cuerpos de modelos masculinos y femeninos, vedettes, son cuerpos que se muestran naturales en su constante transformación siliconada, lipoesculpida, anabolizada, fisicoculturalizada.

Estos cuerpos ya no deben ser buscados en las pinturas o esculturas, se lo encuentra ahora en la publicidad, en los deportistas, en los y las cantantes, actores y actrices, en la/os mediática/os, en la aspiración de muchas mujeres y cada vez más hombres. Son cuerpos para mostrar y para ser vistos. Hemos dejado atrás el cuerpo vida, aquel del sentir.

Es el mundo del espectáculo en el que la imagen representa al todo, la forma suplanta lo vivido y sentido, se trata de vivir en un constante show en el que se puede asistir indistintamente a ver a una o varias guerras, sus bombas y cadáveres por televisión, sla vida privada de una estrella, o se puede tener sexo y amigos a través de una pantalla.

Se critica que la imagen es una representación superficial, que los mensajes carecen de contenido, que son pura vacuidad. Que los cuerpos ofrecidos son superficies lisas y brillantes, cuerpos, no personas, que parcializan y por lo tanto caricaturizan. Si esto es así tendremos que preguntarnos por qué tantas personas, hombres y mujeres, niños y niñas, se sienten atraídos por estas figuras, las desean para sí, las miran y admiran y se miden a sí mismo/as con ellas.

A partir de esta pregunta podemos avanzar un poco más y entonces tendremos que admitir que no se trata de factores secundarios, no es la invasión de la vacuidad, es la micropolítica del poder que induce y nos sostiene en esta superficialidad.

Este aparente vacío de la imagen en realidad es una estrategia de poder, son unos mecanismos capaces de fijarnos en el mero entretenimiento y en la banalidad. El cuerpo es el campo de lucha y el trofeo.

En la Revista Feominas n° 42 aparece un interesante artículo debido a Patricia Lessa Dos Santos, una investigadora brasilera especializada en el campo de la educación física y cuestiones de género.

Postula que con relación a la imagen corporal de la mujer se construyó y graba en los cuerpos el género y la sexualidad “legítimos”. Aunque las imágenes son diversas todas aplican tecnología de género para lograr la uniformidad, representaciones ancladas en el mito del origen y de la naturaleza femenina. Implican un modelo idealizado de mujer y todas las otras formas femeninas que escapan a esa normalidad son consideradas aberraciones o anormalidades.

Luego repasa algunos autores que consideran que la imagen de la mujer tiene como destinatario a un hombre vouyer, un hombre sujeto del mirar. “Las mujeres son reducidas al cuerpo, así como el cuerpo se reduce al sexo, promoviendo una división social generizada y creando un determinado modelo para las mujeres.”

“Cuerpo, identidad y belleza son el foco de las discusiones de género actuales, pues, cuando son tomados como patrones y normas uniformes se vuelven instrumentos de poder y dominación.”

Estas imágenes de la mujer reproducen normas y valores, consolidan el modelo femenino Barbie.

Como apunta Haraway, en este momento de grandes transformaciones en el universo del trabajo, cuando las mujeres asumen el sustento de la casa, incluyendo el sustento del hombre, de los niños y de los ancianos, esto queda invisivilizado al pasar a ser convertido en parte de su “naturaleza”, de su constitución sufrida, parte de su ser privado. Queda invisibilizada en detrimento de la imagen pública, la que es para este hombre visual, la que impresiona y valora, la que aparece en las tapas de los medios, nuevamente la Barbie.

La imagen pública que se vende en los medios es la mujer cuerpo-objeto erótico-para el hombre, de ahí que todo lo que tiene que ver con este estereotipo sea casi considerado una profesión.

Una vez más podemos quedarnos en la aparente sinrazón de estas prácticas, en suponer que son modas o gustos, es decir, podemos seguir haciendo el juego a la banalización o avanzar un poco más en orden al poder en ellas impreso.


Pier Paolo Pasolini [2] en Escritos Corsarios hablando de la situación italiana de su época, describe este poder como :

“El que ha manipulado y transformado radicalmente (antropológicamente) a las grandes masas campesinas y obreras italianas es un nuevo poder que me cuesta definir, aunque estoy convencido de que es el más violento y totalitario de la historia, pues cambia la naturaleza de la gente, entra en lo más hondo de las conciencias. Por lo tanto, bajo las opciones conscientes, hay una opción cautiva, «ya común a todos los italianos», que no puede dejar de deformar las otras.”

Es el poder de la imagen que tiene como paradigma la televisión:

“….El bombardeo ideológico televisivo no es explícito: está en las cosas, es indirecto. Pero nunca se ha podido propagar con tanta eficacia un «modelo de vida» como con la televisión. El tipo de hombre o mujer que cuenta, que es moderno, que debe imitarse y lograrse, no se describe o ensalza, ¡se representa! El lenguaje de la televisión es, por naturaleza, un lenguaje físico-mímico, el lenguaje del comportamiento. Que es trasladado sin más, sin mediaciones, al lenguaje físico-mímico y al lenguaje del comportamiento en la realidad. Los héroes de la propaganda televisiva ―jóvenes en moto, chicas al lado de dentífricos― proliferan en millones de héroes semejantes en la realidad.”

Estas imágenes, inocentes y rutinarias hasta el cansancio, nos inoculan:

“La proposición primera de este lenguaje físico-mímico es esta: «El Poder ha decidido que seamos todos iguales».
“El afán de consumo es un afán de obediencia a una orden no pronunciada. En Italia todos sienten ese afán, degradante, de ser iguales a los demás cuando se trata de consumir, de ser felices, de ser libres, porque tal es la orden que inconscientemente han recibido y «deben» obedecer para no sentirse distintos. Nunca la diversidad ha sido una culpa tan espantosa como en este periodo de tolerancia. La igualdad no se ha conquistado, es una falsa igualdad regalada.”

Existe toda una tecnología tendiente a convertir el cuerpo en aparato de consumo y producción, y para esto procede a parcializarlo, quitarle lo que tiene de orgánico y vital, a cosificarlo. El cuerpo pasa a ser materia inerte, modificable de acuerdo a las propias fantasías y al poder adquisitivo que se tenga. El efecto Lolita es solo un ejemplo del despliegue tecnológico dirigido al cuerpo de la mujer y que paralelamente también fija al cuerpo del hombre en un reduccionismo casi animalesco: al varón solo lo satisface el sexo, la comida, el fútbol y el dinero.

Estas máquinas producen cuerpos-objetos y/ o porque también maquinan producción social de sentido, mediante tecnología discursiva e ingeniería sociológica.

Desde estas máquinas el cuerpo es dicho, se le dice lo que debe decir, se lo deja sin voz, y entonces vale preguntarnos ¿qué es del deseo?
El deseo habilitado, normalizado es de producción y consumo, este es el orden del deseo prostibulario.

Estas máquinas de diferente modo pero con igual sentido someten a hombres y mujeres, de otro modo no sería posible el sostenimiento de este sistema demoledor.

Es parte de este magistral engaño el hacer creer al varón que es el rey de la creación, aquel que tiene para su servicio y placer al resto de la humanidad, impidièndole así ver ver que en realidad esta preso también de esta maquinaria de poder que le impide ser actor y lo reduce a mero espectador y dependiente de aquel supuesto objeto de placer, atado a la cadena de producción, de consumo y reproducción de este sistema..

Mientras que la mujer esta fijada en su papel de objeto para ser mostrado, el hombre esta fijado en su papel de voyer, de simple espectador. Somos los hombres que nos llamamos deportistas porque miramos todos los partidos por televisión o a lo sumo en una cancha, que creemos ejercitar nuestra ciudadanía viendo campañas electorales televisadas o puestas en escena parlamentarias, que contemplamos la lucha entre los dueños de los medios, de los campos, de la soja y al otro día o al rato tomamos los colectivos que nos llevarán a producir.

Los hombres quedamos reducidos a Homeros Simpson agotadas nuestras energías en la lucha diaria por mantener con nuestro esfuerzo el capital de otros y atosigados de recibir toneladas de información y de imágenes inconexas que no llegamos a procesar porque no son llibradas al aire para ser pensadas, sino precisamente para entretener. Mientras las mujeres también son atadas a la misma cinta a la que debemos incluir la hogareña.

Las máquinas de poder nos determinan en estos espejismos para que no veamos realmente, para que no nos hagamos cargo de la sociedad que ayudamos a mantener y para que no pretendamos cambiar algo de ella. Somos el voyer que mira, observa, pero no toca; la mujer que se muestra, seduce y se somete.

Y una vez más la pregunta ¿dónde está el deseo?

La naturalización es uno de los mecanismos de sometimiento más eficaces, interviene en la subjetividad como un impedimento a pensar, a analizar situaciones concretas, a historizarlas, por lo que, el hecho de que se trate, pasa a formar parte de un horizonte común indiferenciado. Para evitarla es necesario que la persona sea capaz de recortar una situación y cuestionarla. Este tipo de pensamiento no es casual ni gratuito, implica un esfuerzo por comprender.

Buscar cambiar una situación, sobre todo si esta es de sometimiento, es una condición del ser humano, de ahí la importancia de reconocerla y de instrumentar una acción capaz de modificarla.

Las imágenes muestran a unos jóvenes siempre adolescentes, siempre felices por su adaptación al sistema, adaptación que implica el sometimiento a los mandatos patriarcales, de la mujer al hombre y de ambos al sistema, el ideal es la adaptación, el sometimiento a las condiciones que nos son impuestas.

Es así como se logran personas incapaces de plantearse toda cuestión acerca de cuanto les sucede, evitando de ese modo cualquier incomodidad de cuerpo y la psique, en una especie de letargo mental.

Mantener a las personas en un edonismo superficial e instrascendente, en un juego perverso de mirada que por no satisfacer requieren renovar el estímulo y en el que la pasividad es la norma, pareciera ser el camino elegido para obtener un estado de sumisión permanente.

Las imágenes nos entretienen y canalizan nuestro deseo en una búsqueda estéril de una plenitud que nunca llega por más que consumamos, nos empujan a buscar aquel objeto idealizado al que nunca llegaremos. Nos atan a lo visual para que no pasemos a la acción. Nos hablan de un cuerpo pura superficie para que no lleguemos a sentirnos y pensarnos, para que no descubramos el dolor que nos producen nuestras cadenas, para que hombres y mujeres aparezcamos como “sexos opuestos” para que el sexo no sea el orgasmo pleno que seguramente establecerá la diferencia con el trabajo alienante o el sueldo hambreante. Las imágenes nos atan a la repetición esquemática para que no seamos diferentes.

La prostitución es la puesta en carne de este esquema de poder. Se la llama “oficio” “entretenimiento” “placer” “sexo”. Sus imágenes son las de mujeres jóvenes, con poca ropa, piernas bien torneadas y carne firme, pelo largo y brillante, tacos altos y pollera muy corta. Todo un muestrario de lo que no es, con lo que es necesario ocultar la realidad de cuerpos sometidos y desvitalizados, de falta de sexo y orgasmo. Son imágenes lo suficientemente sugerentes como para atrapar y hacernos creer que el goce y la felicidad se pueden también comprar y que estan siempre en otro lado, en otra “cosa”, aquella que precisamente no tenemos. Es la cultura de la frustración sabedora que el deseo y la satisfacción pueden ser revolucionarios.
Es otra forma de alienación y de destrucción del sexo, reducido a mero intercambio de dinero, a uso, alejado de lo vital y orgásmico, convertido en simple y reiterado trabajo. Quizá sea esto lo que tenemos que interpretar cuando algunas personas en prostituciòn claman porque sea considerada “trabajo” esta rutina, trabajo, esfuerzo, no deseo ni placer.

El abolicionismo es un movimiento de liberación de los cuerpos-personas de las cadenas físicas y también de las simbólicas.

Es un movimiento que busca la liberación de quienes se hallan esclavizados por la trata de personas y también de quienes se hallan sometidas por la trata simbólica que son los estereotipos que nos atan a la cadena de producción-reproducción-explotación.

Es necesario que también pueda extenderse a todas las otras maneras simbólicas de esclavitud como son las formas, las bellezas, el consumismo, y el sexismo en cuanto separa de manera irreconciliable a hombres de mujeres en pares antagónicos.

Para que este movimiento cumpla su cometido es necesario que sea capaz de liberarse a sí mismo de los esquemas estereotipados que las imágenes venden.

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